Asociación de Amigos del Centro de Cirugía de Mínima Invasión “Jesús Usón”
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Sep 06

CRUCERO POR EL SENA 2019

Antonio Bueno Flores

A la oferta que VIAJES NEVATUR hizo a ASCEMI, respondimos solamente cuatro personas: Manuel García, su esposa Eugenia García, Encarna Guerra, y su marido, que soy yo, Antonio Bueno. La verdad es que no nos hemos arrepentido porque hemos pasado una semana estupenda. Esperamos que otro año sean más los socios que se animan a viajar.

Salimos de Cáceres a las 9 y media de la mañana del día 17 de agosto, una hora cómoda para no tener que madrugar. El traslado a Madrid fue muy agradable y llegamos con tiempo suficiente para sacar las tarjetas de embarque, facturar las maletas y comer algo de lo que encontramos. En el vuelo ya conocimos a la simpática Pilar Barranco, que había de ser nuestra guía de la agencia POLITOURS. Sin nada destacable, llegamos al aeropuerto Charles de Gaulle, en París.

La capital de Francia, nos recibió con lluvia. Una lluvia ligera que había provocado ligeros charcos en la pista del aeropuerto, pero se intensificó y cobró una fuerza inusitada mientras íbamos en el bus camino al atraque del Seine Princess en la dársena “Quai de Grenelle”.

Llegamos con el tiempo justo para que los empleados del barco nos subieran las maletas, nos dieran en recepción las llaves de la cabina, y las bajaran hasta la puerta. La ceremonia de recibimiento estaba a punto de comenzar. El Almirante o Comisario, tomó el micrófono y, además de darnos la bienvenida, explicó el programa de cada día y las normas de funcionamiento.

La primera  cena fue agradable: una ensalada variada y carne de pollo de segundo. Vino blanco y tinto, de procedencia francesa, muy suave. En la mesa, al fondo a la derecha, estamos los cuatro cacereños con dos valencianas (madre e hija, la madre con una risa inconfundible) y una pareja de Córdoba, muy simpática. A lo largo de los días, disfrutamos de esta compañía, nos hemos intercambiado fotos y tenemos los correos para seguir en contacto. Quien nos colocó, acertó. Porque este es uno de los atractivos de estos cruceros fluviales, que somos pocos y llegamos a establecer amistades o disfrutar de conversaciones interesantes con los vecinos de mesa, en el barco o en las excursiones.

Día 18

Desayuné lo primero que encontré y nos fuimos al recorrido por París. Hemos visto muchos monumentos que la guía francesa nos ha ido explicando: paramos en el Campo de Marte, junto a la Torre Eiffel para hacernos fotos (está muy cerca y se ve desde el barco). Los Inválidos, creado por Luis XIV para acoger a los soldados víctimas de las guerras, y fuimos viendo a derecha e izquierda, ejercitando las cervicales, diversos edificios. El Arco del Triunfo, levantado por Napoleón, el Obelisco que regaló a Francia el rey de Egipto, Mohamed Alí en 1831. La Asamblea Nacional, que parece un templo griego, el Ministerio de Marina, el restaurante Maxims (y el Minims al lado, que es más barato), la Iglesia de la Madelaine, el Teatro Olympia, donde han actuado cantantes famosos como Julio Iglesias o Paco Ibáñez, la Ópera de Garnier, construida en 1875 para este fin, aunque hoy se dedica al ballet porque hay un nuevo edificio para la ópera (se olvidaron de invitar a Garnier a la inauguración y tuvo que comprar su entrada). Las Galerías Lafayette, la Plaza Vendôme, donde están las tiendas de Dior, Chanel o Cartier y una columna , que imita a la de Trajano de Roma, con las batallas de Napoleón, que se construyó fundiendo los cañones de los enemigos derrotados en la batalla de Austerlitz. Hicimos una parada de media hora larga en el Parque de Luxemburgo,  una parada muy oportuna, no sólo porque tiene unas toilettes gratis y en buen estado de limpieza, sino porque una suave lluvia, llorona, lágrimas del cielo de una ninfa muy delicada diría yo, nos acariciaba el rostro. Y ante tanto verdor, salpicado de macizos florales de un gusto exquisito, con un palacio como fondo del escenario y estatuas repartidas por todo el espacio, uno solamente puede emocionarse y disfrutar. Es necesario poseer un espíritu cultivado para poder saborear estas pequeñas delicias (como lo es para la música, la pintura, la escultura, el humor, etc. etc.). Quien no se ha formado, pasa por la vida resbalando superficialmente por la realidad, sin llegar a profundizar para encontrar la esencia de la belleza. En fin, que fue un descanso para el cuerpo (los prostáticos lo agradecemos mucho) y para el alma porque “no se pué aguantá tanta belleza”, como dicen en Andalucía.

En el último tramo del “tour” pasamos por los Campos Elíseos, al lado del Arco del Triunfo, donde había mucha gente subida en lo alto, y llegamos con tiempo suficiente para asearnos un poco y subir al comedor donde nos pusieron “ensalada de verduras frescas y merluza rebozada con acompañamiento de arroz”. Muy rico todo…

Una buena siesta nos hizo recuperar las fuerzas y salimos a pasear con Manolo y Maru por la orilla derecha del Sena, haciéndonos fotos en los lugares más destacados, como ese puente cercano de Grenelle o la estatua de la Libertad, igual a la que regalaron los franceses a Estados Unidos, aunque de menor tamaño, incluso con un sol que se abría huecos entre unas nubes densas de color gris oscuro, amenazando lluvia pero despejando algunos trozos de cielo para que los parisinos aprovecharan esa estabilidad para correr junto al río, haciendo running, y también para sacar a sus perros a pasear jugando con ellos a la pelota.

Después de la cena, tuvimos un precioso espectáculo de canción francesa “Fifí de París” a cargo de Celine, una guapa y simpática joven que cantaba muy bien, acompañada del acordeonista Rodrigo, un portugués afincado en París. Estuvimos hablando con ellos al final de su actuación.

Día 19

La salida para la excursión a los castillos del Loira fue a las 7,35 y con ello comenzaron los madrugones. Porque ya se sabe que “la vida del turista es muy sacrificada”; hay que salir muy temprano para pillar abiertos los museos y tener tiempo suficiente antes de la comida que aquí se hace muy temprano, aunque suele ser más ligera que en España, porque luego tienen que seguir trabajando. Nosotros hemos comido en el barco, normalmente, a las 2 p.m.

Nos contaba la guía mientras cruzábamos París hacia la carretera que nos llevaría al Chateau de Chambord, que estaba próximo el “Bois de Boulogne” donde se encuentran las pistas de Roland Garros que es donde nuestro paisano Rafa Nadal hace sufrir a los franceses porque lleva muchos años ganando a todos y llevándose “la copa de los mosqueteros”. Le aplauden, porque no tienen más remedio porque es el mejor. Pero aplaudirían mucho más si alguien le ganara en la final. Es una espinita que tienen clavada, y que algún día se sacarán, porque Rafa no es eterno.

En estas carreteras tan rectas y llanas, el sopor va haciendo mella en tu curiosidad, en tu deseo de ver y disfrutar todo, y acabas cediendo para echar una cabezada. Cuando estás en lo mejor, se oye una voz basta, bien alta que está diciendo “María, ¿cómo estáis? Yo estoy saliendo de París. La cena de anoche fue muy buena”…. Te percatas de que está hablando por el celular, para decir cuatro chorradas, que para nada nos interesan a los sufridos viajeros que la acompañamos. ¡Qué falta de consideración con los bellos durmientes! Pero tengo que darle las gracias porque ello me permite ver que los alrededores de París están llenos de aerogeneradores, que, para nada afean el paisaje. Si queremos cerrar las nucleares tendremos que poner en marcha las fuentes de energía alternativas; porque la energía eléctrica es necesaria, mientras no se invente otra cosa.

Paramos a las 9 en un área de servicio para tomar un café. Ahora tienes que saber francés y sobre todo manejar las máquinas para conseguirlo. De lo contrario, te quedas sin probarlo. Después de visitar varias máquinas que te dicen “No disponible”, encuentras una que te lo proporciona, tan caliente que no puedes tomártelo y has de llevártelo por el camino al autobús, porque ya es la hora que ha fijado la guía. Al final, te quemas los hocicos y casi no puedes saborearlo. Hay que soplar como hacen los moros con el té moruno.

A lo lejos, se divisan las anchísimas chimeneas en forma de conos unidos en sentido inverso, soltando una gran humareda. Es una central nuclear de las que Francia tiene muchas, aunque pronto tendrán que cambiarlas.

Nos cuenta la guía que Francisco I estaba loco por traerse a Leonardo Da Vinci para que trabajara a su servicio. Y lo consiguió, no se sabe si para la idea de la escalera doble de Chambord o para alguna otra cosa. Se trajo consigo a “La Gioconda” que luego sufrió muchas adversidades hasta acabar donde hoy está, en el Museo del Louvre, donde los más afortunados de la primera fila, pueden contemplarla. Los demás sólo ven cabezas de japoneses y brazos con su cámara en alto.

Llegamos al parque, rodeado por un muro, las 10,15 y al castillo a las 10,45.  Se explica porque es una finca de 5.000 hectáreas dedicada a la caza. Francisco I tenía 20 años y sólo estuvo aquí 72 días (mucho gasto para tan poco aprovechamiento, pero hoy es un recurso turístico importantísimo). La guía se llamaba Sophie y nos fue explicando cada uno de los salones y los cuadros más importantes. Salón verde, salón rojo. Ya se ven las estancias de Luis XIV el marido de María Antonieta, a la que le gustaban los “fiestorros”. Vivían con un gran lujo, mientras el pueblo se moría de hambre. No me extraña que se cansaran los franceses y les cortaran la cabeza en la guillotina (es broma…).

Es admirable la doble escalera en la que se ven los que suben y los que bajan, pero cada uno va por su lado. Algunos dicen que el diseño fue de Leonardo da Vinci, aunque no está probado. Un piso más arriba vemos el teatro de Moliere, donde representó su obra “El burgués gentilhombre”. En el salón de billar, el rey hacía magníficas carambolas (se las pondrían como a Felipe II) y las damas situadas alrededor, aplaudían con entusiasmo (¡pelotas!). A continuación, una sala de juegos con mesitas cuadradas con tapete verde o triangulares, según la partida.

El Rey Luis XV, se levantaba a las 7,30 y ya comenzaban a cuidarlo hasta que se volvía a acostar. Incluso las deposiciones las hacía en público, en un sillón apropiado y los criados se encargaban de limpiarle el trasero. Tuvo 10 hijos con la Sra. Leczinski, su esposa. La Reina María Teresa fue la esposa de Luis XIV.

Pasamos luego a los aposentos del rey Francisco I, que tenían un oratorio, un vestidor, el dormitorio en el que las camas llevan dosel y son muy pequeñas (porque dormían sentados por miedo a asfixiarse, por las comilonas y porque se les fuera la lengua hacia atrás).

Terminamos la visita y fuimos al restaurante “Le Relais d’Artemis” para comer: Queso de cabra con hierbas, pollo gratinado con patatas y mousse de chocolate. Todo muy rico. Las mesas eran alargadas, y eso nos permitió conocer a otras personas diferentes a las que compartían con nosotros la mesa del barco. Acabamos a las 14,30  para visitar el Castillo de Cheverny, que es un castillo privado en manos de sus dueños. La familia Hurault, desde hace muchos años. No se ha cerrado nunca, salvo en la Segunda Guerra Mundial en la que alojó cuadros del Louvre. Tras la visita al castillo, salimos al jardín, que es muy interesante y vimos la reata de perros que se utiliza para la caza.

 

 Estaban muy excitados con sus cuidadores y al subirse a la pared y estar yo próximo con mi cámara para hacerle una foto, noté algo húmedo en la mano. ¡Me había meado el muy guarro! Suerte que la toilette está al lado de la perrera y pude lavarme enseguida. Y volvimos en los autobuses al Seine Princess.

Después de la cena, hicimos un recorrido por “París iluminado”, pasando bajo 27 de los 37 puentes existentes. Algunos lo vieron desde la cubierta, echados en las tumbonas, viviendo la emoción de pasar a pocos centímetros del interior del puente. El barco baja su cabina y dirige el capitán la marcha desde unas cajas laterales. Mientras vamos recorriendo suavemente el cauce del Sena (Seine significa serpiente porque su cauce tiene numerosos meandros) Martín, el animador, va explicando brevemente cada uno de los monumentos que vemos, que refuerza el recorrido que ya hicimos en bus con la guía. Al final, pasamos por la Torre Eiffel iluminada y seguimos navegando en dirección a Poissy. A veces nos sentíamos desconcertados porque unas veces el barco iba en una dirección y otras al contrario, hasta que nos dimos cuenta del trazado en meandros. Sería bueno que en recepción hubiera una chapa con ese trazado, los puertos a los que se llega y un barquito imantado que se va colocando en los lugares que recorremos. Algo similar al gráfico que aparece en la publicación “El Sena y sus meandros”. Algunos compañeros dicen escuchar el ruido del motor durante la navegación. Las habitaciones, aunque pequeñas, son agradables y las camas cómodas. Si pudiera proponer algo sería que el aseo tuviera un metro cuadrado más, porque está muy justito. Que se pudieran sustituir las cortinas de la ducha, que se pegan al cuerpo, por unas puertas correderas de metacrilato. O por una sola puerta que abriera hacia afuera, si el espacio fuera cuadrado.

Día 20

El barco ha llegado a Poissy muy temprano y tenemos que levantarnos para salir a las 7,30 en autobús para la visita al Castillo y Jardines de Versalles. Llegamos a las 8,30 a un enorme patio en el que ya hay cola, que se va incrementando en una ingente cantidad de público que espera la apertura de puertas, a las 9 (ver foto precedente). La guía, Marta, aprovecha el rato que estamos parados y luego avanzando poco a poco, para impartir una magnífica lección de la historia de Francia y del Palacio que vamos a visitar. Me resultó muy interesante su explicación sobre la Revolución Francesa. Nos dijo que no la hizo el pueblo, a pesar de su situación de sometimiento, pobreza, hambre, enfermedades… sino los magistrados, por su ansia de poder. Al pueblo, como siempre, se le maneja y conduce hacia lo que los dirigentes quieren.

El Palacio es propiedad del Estado Francés que, según opiniones de expertos, se lo está cargando por el desmedido afán recaudatorio, puesto que las visitas deberían tener un cupo limitado. Es agobiante ver tanta gente (muchos orientales, como en todos sitios. El reto es sacar una foto sin que salga un japonés) por lo que resulta difícil pasar de unos salones a otros y no perderse. Te facilitan unas guías en las que has de marcar el número de estancia para que te cuente datos interesantes sobre la misma.

Después de recorrer el Palacio, pasamos a ver los jardines con las explicaciones de Marta. Nos habría gustado recorrerlos con un buggie, el cochecito eléctrico que se emplea en el golf, pero el mínimo tiempo de alquiler era de una hora. Hice una foto que llamé “Llanto por Versalles” en la que una de las estatuas tiene una lágrima blanca por la degradación que produce la jauría humana integrada por manadas de turistas. Todos tenemos derecho a estos bellos edificios y jardines. Pero las aglomeraciones las provocan las agencias de turismo que dirigen a los grupos siempre a los mismos destinos, cuando sería más ecológico repartirlos en lugares atractivos. No sé si es posible lo que propugno…

En determinados días, las fuentes funcionan, por el día o por la noche, y es un espectáculo grandioso. Se acompañan de música y, ya que no pudimos asistir a este espectáculo, me he traído un CD con la grabación. Lo pondré en casa cuando entre en funcionamiento el riego por goteo. No será lo mismo, pero… me hace ilusión.

Volvimos a nuestro alojamiento móvil y proseguimos navegación en dirección a Caudebec-en-Caux, lo que permitió que tras la comida, pudiéramos descansar en la siesta de la paliza mañanera y del madrugón. Las comidas y cenas siguen estando buenas, con ese toque francés que le da nuestro cocinero. Nos llama la atención que, al contrario de lo que hacemos en España, el pescado lo sirven a mediodía y la carne por la noche.

Día 21

Llegamos a Caudebec-en-Caux, un bonito pueblo reconstruido tras la Segunda Guerra Mundial, puesto que en 1940 los alemanes lo atacaron y dispararon a la población que huía en sus coches, por lo que se quemó la ciudad. Conserva una bonita iglesia gótica. En el pasó temporadas el escritor Víctor Hugo, al que tienen dedicado un museo. Salimos a las 10 y nos contó también la guía, mientras viajábamos hacia Étretat, en la Costa de Alabastro, que Enrique de Borbón, que era hugonote, es decir, protestante, se convirtió al catolicismo para poder ser Rey de Francia y dicen que dijo aquello de “París bien vale una misa” que ha quedado con un significado de que “a veces hay que renunciar a unos principios para conseguir algo provechoso”.

También nos dijo que hay un sombrero, como el de los mosqueteros, que lleva el nombre de “caudebec”. Se llama también al pueblo “La perla del valle del Sena”.

En el año 841 fueron atacados por los vikingos. Se llamaba “Nueva Galia”. El rey cedió estos territorios, para evitar los saqueos periódicos, a los normandos (“hombres del norte”) y por eso este territorio se llama Normandía. Hubo Duques de Normandía con un gran poder.

Existe una raza de vacas, con la piel blanca con manchas marrones (son las que dan el chocolate con leche…). También es típico de esta región el techo de las casas que es de paja y caña. Las primeras duran 30 años y las de caña, unos 50. También es típico el cultivo del lino que exportan a China en su mayor parte.

Llegamos a Étretat que es un lugar importante de concentración del turismo, pues se veía mucha gente para un pueblo tan pequeño. Los operadores turísticos conducen a la gente hacia aquí y la calle principal está plagada de restaurantes y tiendas de souvenirs o productos típicos.

Fue puerto importante en época romana y tenía astilleros que se han conservado hasta el siglo XX, puesto que vimos fotografías de ellos en la playa. Francisco I construyó El Havre que le quitó importancia a Étretat. Aquí tuvo su casa Guy de Maupasant, que era muy aficionado al ligoteo con las señoras. Tenía un loro que las saludaba al entrar con un “hola guarrita”. No lo dijo, pero se supone que acabó de mala manera, porque alguna de ellas retorció el pescuezo al indiscreto loro.

La playa es de piedras de sílex, que en otro tiempo tuvo aplicaciones prácticas (además de ser las piedras del mechero de chispa). Hoy está prohibido llevárselas porque con tanta gente como pasa por allí, acabarían dejando la playa pelada. A ambos lados de la playa hay unos acantilados de alabastro (que dan nombre a la costa). Mucha gente sube a ellos pero nosotros, lesionados de rodilla y cadera, no nos animamos más que a subir un trocito para hacernos la foto.

Todavía se conserva uno de los bunkers que construyeron los alemanes para defender la costa y han colocado fotos del soldado con la metralleta y de los edificios que derribaron para tener más ángulo de tiro. También sembraron la playa de minas y colocaron obstáculos con alambre de espinos. No les sirvió de nada porque los aliados saltaron en paracaídas en la retaguardia y de todas formas, se produjo el ataque del “Día D”. Reseñar que tienen unos servicios, de pared para los hombres y casi al aire libre, en el aparcamiento de los autobuses y coches. Piensan en todo…

Volvimos al barco, que mientras tanto ha estado navegando, para comer en Honfleur, pasando por un extraordinario puente atirantado, el Puente de Normandía, desde el que se divisa la desembocadura del Sena y el puerto del Havre en la orilla opuesta.

Por la tarde salimos paseando, acompañados de una guía, colombiana de origen aunque viviendo en Francia muchos años, para visitar la parte antigua. Vimos la muralla y un salón con el techo en forma de quilla de barco inversa, que fue el mercado. Pasamos por estrechas callejuelas por lo que fue la cárcel y llegamos al interior del puerto. Cuando sólo se pintaba en los estudios de los pintores, convencieron a Monet para que pintara en el puerto y descubrió lo interesante que era la luz exterior y los reflejos de los edificios en el agua. Casi no podíamos pasar porque tenían instalado un mercadillo y se molestaban porque no les dejábamos colocar sus tiendas. En el extremo del puerto había un edificio importante que fue la residencia del “lugarteniente”, el lieutenant, como dicen ellos. La calzada se levanta para que entren los barcos.

Junto a él, en un rincón, estaban montando su chiringuito un padre y una hija que eran músicos. Encarna y yo nos miramos y dijimos:” tenemos que

volver para escucharlos”. Pero cuando volvimos, estaban desmontándolo, junto a la madre que aparecería después. Nos quedamos con las ganas.

Por la noche, después de la cena, organizamos un concierto-karaoke con Martin, el animador, que es un joven amable, competente y trabajador que sacó de spotify las músicas y canciones que le propuse para proyectarlas en el salón, sobre una pantalla. Por la cara que ponía, estaba muy preocupado por el resultado de este improvisado concierto. Yo no tenía dudas, porque estas actuaciones las realizo habitualmente. He cantado en Buenos Aires, ante más de 300 personas de todo el mundo, en Montevideo, en Puerto Rico y hace tres años en el crucero por el Danubio, también de Politours, acompañado de una pianista rusa. Últimamente me han hecho actuar dos veces en el Gran Teatro de Cáceres, acompañado por un trío checo y un pianista internacional.

Le di una nota a Martin con la presentación en la que advertía que no era profesional y los lugares en que había actuado. Sin embargo, después de escucharme, los oyentes viajeros discutían afirmando que yo era profesional. Una señora, andaluza, se negó a escucharme porque quería bailar. Lo dijo sin saber que era yo el cantante y le pregunté ¿Tan mal lo he hecho? No lo supo, porque se fue al camarote y sufrió el cabreo durante una hora (acabamos antes de las 12). Los prejuicios son malos porque nos perdemos algunas cosas interesantes y divertidas. Son una señal de inteligencia corta o falta de una cultura básica.

Comencé con unas interpretaciones líricas, para que comprobaran que tengo buena voz, seguidas de interpretaciones diversas de karaoke, proyectando las letras para que el público me acompañara. Martin me dijo que lo que más le había gustado fue el tango “Mi Buenos Aires querido”. Es lo mío. Conté la historia de “María la Portuguesa” y hablé de las consecuencias que producen los “falsos amigos” y más concretamente el “je suis constipé”. Dediqué “Amapola” a una señora que habla por el celular cuando vamos dormidos en el autobús y nos despierta, porque me permitió ver los aerogeneradores de los alrededores de París, que no estropean el paisaje.

Terminamos formando una tuna y desfilando a los sones de “Sebastopol” para luego cantar Cielito Lindo y alguna otra. Terminé interpretando, a modo de nana para dormir bien, la preciosa canción de “Sonrisas y lágrimas” que se titula “Edelweiss”. Al final, Martin respiró satisfecho y asombrado, porque en otra ocasión que organizó un karaoke tuvo que cantar él, que lo hace fatal (no se pueden tener todas las cualidades). Me han regalado un precioso bolígrafo, igual al que compré en el pueblo de los Hurones, en Canadá, que utilizo en mi despacho con el logo de Croisi Europe. Un detalle elegante.

Día 22

A la 1,45 el barco continuó su navegación con dirección a Rouen, adonde llegó un poco antes de las 9 de la mañana, cuando habíamos subido al desayuno. Por cierto, que está muy bien el desayuno-buffet, una vez que te has enterado de lo que hay y donde está cada cosa. Nunca sé lo que voy a tomar, salvo el zumo de naranja que es siempre lo primero porque vengo sediento a pesar de que ya he tomado las pastillas con agua. Por ello busco enseguida algo de fruta fresca. Unas veces probé las tostadas (aunque el tostador era muy lento) y otras los cereales con yogur. El queso está muy bueno y casi siempre terminaba con un croissant, en su punto, para mojar en chocolate. No tomo café tan pronto.

Salimos a pie con una guía estupenda (que sustituía al guía previsto que se había caído cuando iba al barco) que llegó asfixiada porque había ido al lugar habitual de atraque del barco (que nos habían quitado) y luego correr hasta donde estábamos. Dedicó la primera parte a explicar que durante la Segunda Guerra Mundial, los americanos bombardearon la ciudad teniendo como objetivo la estación de tren, que está al otro lado del río, pero fueron imprecisos (como siempre, con el fuego amigo. Hay que joderse con los americanos…) y destruyeron parte de la maravillosa catedral gótica que pintó Monet cerca de 30 veces, con diferentes luces y colores, y el barrio oeste. Vimos las fotos del destrozo. Luego, la reconstrucción la tuvieron que pagar los alemanes.

El barrio antiguo tiene casas con salientes, porque tenían limitado el espacio en la base. Luego las prohibieron porque pensaban que, al limitar la entrada de la luz, favorecían la propagación de la peste.

Llegamos a la plaza del Mercado Antiguo, donde hay una iglesia impresionante que tiene una cubierta en forma de dragón y una cúpula en forma de sombrero de bruja levantada sobre el lugar donde fue quemada Juana de Arco el 30 de mayo de 1431. Se edificó en 1979 siguiendo los planos del arquitecto Luis Arretche. Las vidrieras proceden de la antigua iglesia de San Vicente y son obra de maestros vidrieros del siglo XVI. Fueron retiradas durante la guerra y se llevaron en cajas a otros lugares.

A Juana la quemaron con 19 años porque contó que había tenido unas apariciones. El rey, al que llevó al trono, se despreocupó de su suerte. Años más tarde, los remordimientos le llevaron a promover su rehabilitación. ¡A buenas horas, mangas verdes! Y la Iglesia la hizo santa, siglos más tarde. Nos acusan a los españoles de la crueldad de la Inquisición. Pero no es nada comparado con las 40.000/60.000 brujas que mataron o quemaron en Centroeuropa.

Al salir de esta plaza, se cruzaron dos coches que me impidieron seguir al grupo de españoles y, cuando me di cuenta, estaba inmerso en un grupo de alemanes. Volví atrás, pero ya no los vi y entonces llamé a Manolo que me dijo que iban a la catedral pasando por el Gran Reloj. Como tenía un plano en la mano, me orienté y fui directamente a la catedral. Sólo vi la foto del reloj.

Ver la fachada de esta catedral me produjo la misma sensación que cuando vi la de la Catedral de Milán o la Grand Place de Bruselas. Es realmente impresionante. Su aguja es la más alta de Francia, pues se eleva hasta los 151 metros. Y se completa la admiración al pasar al interior. En las capillas están las fotos de los destrozos que hicieron los americanos en 1944 y como fueron reconstruidas las capillas. Recorrimos todas ellas, la capilla de Juana de Arco y los enterramientos de Rollon, fundador del ducado de Normandía en 911 y de Ricardo Corazón de León, rey de Inglaterra y Duque de Normandía. Tienen su perrito a los pies, para que se los caliente y como símbolo de fidelidad. Salimos por una puerta lateral y nos sorprendió la guía cantando “La vie en rose”; lo hacía estupendamente, con una voz preciosa. Nos dio tiempo libre y, tras tomar una cerveza o un café, volvimos al barco, pasando por el puente desde el que fueron arrojadas al río las cenizas de Juana de Arco.

Teníamos tarde libre en Rouen, pero nos dedicamos a descansar un poco, para no sobrecargar la pierna de Encarna y luego nos dimos un paseo por el muelle hasta la hora de la cena. A las 9 y media nos llevó Martin de  nuevo a la catedral para contemplar el espectáculo de luz y sonido.

Seguramente es lo que más nos ha gustado del viaje, porque está muy bien hecho. Tiene dos partes de 15 minutos en los que se cuenta con imágenes y el acompañamiento musical la historia de Rouen. Hice muchas fotos, desde distintos ángulos. La vuelta al barco, muy agradable por la temperatura tan ideal.

Día 23

El barco inició su navegación a las 7 de la mañana y, tras el desayuno, fuimos disfrutando del paisaje de las orillas del Sena. Una auténtica maravilla por la suavidad, la armonía y las preciosas construcciones de ambas márgenes. Toda la navegación de hoy ha sido una delicia. El barco a la velocidad permitida, unos 13 km/hora, nos permite disfrutar de una navegación plácida y silenciosa. Las fotos más parecen cuadros de artistas paisajistas del siglo XVII. Creo que ha sido el día que más hemos disfrutado de la navegación. El lugar es idílico, pero yo no sería capaz de vivir tan aislado. Sólo una semana, como mucho.

Llegamos a Les Andelis que es un pequeño pueblo enclavado junto al Sena, con un castillo ruinoso en lo alto (demasiado alto para nuestras cansadas piernas que soportarían 30 minutos de empinada cuesta). Decidimos pasear por los alrededores, visitando la iglesia de San Salvador que conserva uno de los órganos mejores de Francia y una antigua imagen en piedra de la Virgen. Al fondo del paisaje se divisa otra iglesia dedicada a Notre Dame, sobre una antigua abadía de Santa Clotilde. Visitamos algunas tiendas aunque no llegamos a comprar nada (le compré una taza de desayuno con dibujos de París a Elvira en el barco). Las casas, con entramado de madera, son muy expresivas y armónicas. Se nota que las cuidan mucho, de cara al turismo. Hoy estábamos atracados 3 barcos, uno junto a otro y pasábamos por ellos para llegar al nuestro.

Nuestros compañeros salieron en autobús para la visita al castillo de Martainville y nosotros nos quedamos, sin saber que la teníamos pagada. Como nos retiraron el bono de excursiones al llegar al barco y no tuvimos la precaución de anotarlas, nos hemos perdido el viaje y el coste del mismo. Nos dicen que estuvieron avisando, pero no fuimos conscientes porque pensamos que la excursión pagada era la de Giverny para ver el museo de Monet. ¡Todos nos equivocamos y este error es mínimo!

A las 6 de la tarde el barco parte con dirección a París. Vamos pasando esclusas y cruzándonos con otros barcos o algunos que nos pasan en la misma exclusa.

Por la noche, nos ponemos elegantes y tenemos la cena de gala. Nos despide la tripulación, que se lleva un gran aplauso porque han sido encantadores. Pienso que debe ser duro para ellos, afectivamente, hacer amigos que les duran unos días, para recibir a otros la semana siguiente. Supongo que estarán acostumbrados pero, duele perder trozos de una vida compartida, como es el caso de los amigos. Martin estuvo acertado poniendo música de baile que llenó la pista de cabras locas dando saltos (es broma). Nosotros sólo pudimos bailar un “agarrao” pues no queríamos arriesgar con la rodilla de Encarna y yo hice lo que pude con mi artrosis de cadera. Aunque le viene bien el movimiento.

 Día 24

Nos despedimos del barco y de sus tripulantes y nos llevaron al aeropuerto. Habían sido tan amables que llevábamos ya la tarjeta de embarque y sólo tuvimos que facturar las maletas con la ayuda de una joven de Air France. Y ya, nos despedimos de quienes han sido nuestros compañeros de aventura: Maite y su hija, Rafa y Ana, porque con Manolo y María Eugenia seguimos hasta Cáceres. Ha sido una grata experiencia que, si podemos, al año próximo repetiremos.

El viaje en avión fue corto, porque estuvimos hora y media en el aire. A mí se me hizo muy largo (a pesar de los dos deliciosos polos que nos había preparado el maestro heladero y que nos regalaron como aperitivo) porque me tocó un asiento hundido y me hacía daño en la rabadilla. Tuve que venir arqueado y me ha durado tres días el dolor. Ya sabéis, el asiento 4C del Airbus 319 de Air France, no lo ocupéis. Si podéis evitarlo, ¡hacedlo!

¡Hasta la próxima! Ha sido tan grato que hasta nos ha cambiado la microbiota…

Antonio Bueno Flores. Escritor de Turismo FEPET.

 

 

 

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